Las razones de Sor Lucia de Fátima para no dejar de rezar el Rosario a diario



¿Por qué rezar el Rosario todos los días?, ¿qué beneficios trae para el fiel en su vida diaria? Sor Lucía Dos Santos, una de los tres videntes de Fátima, dio varias razones que responden a estas preguntas en un libro publicado en 2002.
Se trata del libro “Llamadas del Mensaje de Fátima”, escrito por la Sierva de Dios fallecida en 2005. En este recuerda que la Madre de Dios hizo esta invitación desde su primera aparición en Fátima (Portugal) el 13 de mayo de 1917.
“Reza el Rosario todos los días, para obtener la paz para el mundo y el final de la guerra”, alentó la Virgen en su mensaje inicial.
Aquí las razones de Sor Lucía que comparte el National Catholic Register.

1. Se adapta a las posibilidades de cada uno
Sor Lucía dice que Dios es un Padre que “se adapta a las necesidades y posibilidades de sus hijos”, porque “si Dios, por medio de Nuestra Señora, nos hubiera pedido que fuéramos a la Misa y recibiéramos la Sagrada Comunión todos los días, sin duda habría habido muchísimas personas que hubieran dicho con toda razón que eso no era posible”.
Sin embargo, sostiene la Sierva de Dios, “rezar el Rosario es algo que todos pueden hacer, ricos y pobres, sabios e ignorantes, grandes y pequeños”, en cualquier lugar, en común o en privado y en diferentes momentos.

2. Nos pone en contacto familiar con Dios
Sor Lucía indica que esta oración sirve “para ponernos en contacto con Dios, agradecerle por sus beneficios y pedir las gracias que necesitamos”.
“Es la oración que nos pone en contacto familiar con Dios, como el hijo que acude a su padre para agradecerle por los regalos que ha recibido, para hablar con él sobre preocupaciones especiales, para recibir su guía, su ayuda, su apoyo y su bendición”, añadió.


3. Es la oración más agradable que podemos recitar después de la Misa
Sor Lucía afirma que después de la Santa Misa, rezar el Rosario –teniendo en cuenta su origen, las oraciones que contiene y los misterios que se meditan–, “es la oración más agradable que podemos ofrecer a Dios y la más ventajosa para nuestras propias almas”.
“Si ese no fuera el caso, Nuestra Señora no lo habría pedido con tanta insistencia”, sostuvo.

4. Las cuentas del Rosario ayudan a cumplir nuestros ofrecimientos diarios
Sor Lucía responde cualquier inquietud sobre el número de oraciones en el Rosario, aclarando que “necesitamos contar, para tener una idea clara y vívida de lo que estamos haciendo, y para saber positivamente si hemos completado o no lo que habíamos planeado ofrecer a Dios cada día, para preservar y mejorar nuestra relación de intimidad con Dios y, por este medio, preservar y mejorar en nosotros mismos nuestra fe, esperanza y caridad”.




5. Ayuda a recibir mejor la Eucaristía
En su libro, la vidente de Fátima asegura que se puede considerar el rezo del Rosario como “una forma de prepararse para participar mejor en la Eucaristía, o como acción de gracias” después de haber recibido el Cuerpo de Cristo.
Ella agrega que, si bien se pueden usar muchas oraciones excelentes para prepararse para recibir a Jesús en la Eucaristía y preservar nuestra relación íntima con Dios, no cree que haya “una más apropiada para la gente en general que la oración de los cinco o quince misterios del Rosario”.

6. Preserva las virtudes teologales
“Dios y Nuestra Señora saben mejor que nadie lo que es más apropiado para nosotros y lo que más necesitamos. Además, el Rosario será un medio poderoso para ayudarnos a preservar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad”, sostiene Sor Lucía.

7. Evita caer en el materialismo
La hermana Lucía va directamente al grano y asegura que “aquellos que dejan de decir el Rosario y no van a la Misa diaria, no tienen nada que los sustente, y terminan por perderse en el materialismo de la vida terrenal”.
Fuente (ACI Prensa)

https://infovaticana.com/2017/12/06/las-razones-sor-lucia-fatima-no-dejar-rezar-rosario-diario/

Comienza el Adviento


Comienza el tiempo de Adviento y con él el años liturgico, nos preparamos para la venida del Señor en Navidad, y preparamos el camino al Señor en nuestro corazón, el Adviento es el tiempo mariano por excelencia y ¿que mejor forma de celebrarlo que rezando el Santo Rosario?. La Virgen María nos pide que recemos el Rosario todos los dias, más aún en el tiempo de adviento, os invitamos a que lo receis diariamente, sea donde sea, en la iglesia, en casa, en la calle....

El profeta Isaias, san Juan Bautista y la Virgen María son los principales personajes del adviento.

La Virgen María le dijo a Santo Domingo: 
El mundo pecador no sería restaurado sino por los mismos caminos por donde fué redimido. El Ave María anunciando la Encarnación del Hijo de Dios fué asimismo el primer anuncio de la salvación de las almas. En pos de esa palabra bajó Dios al seno de María para pasar de allí a las almas que devotamente repitieran ese celestial saludo. Que el mundo repita, pues, una y cien veces esas palabras redentoras pensando a la vez en los pasos y misterios de amor del Salvador en su vida, pasión y muerte; que el mundo ore y medite, y la vida divina, que es la vida eterna, vendrá sobre él, sobre las herejes para desengañarlos, sobre los pecadores para convertirlos, sobre los justos para santificarlos, sobre el pueblo de Dios que crezca en la fe y en todas las virtudes. Predica esto, dice la Virgen al Santo, y verás pronto sus frutos.

100 años de las Apariciones de Fátima

El Rosario no es algo opcional
por el Padre Patrick Perez

En las apariciones verdaderas, Nuestra Señora, o quien es enviado desde el cielo, no derrocha palabras, ni las usa vagamente.

En Fátima, en la más relevante y apremiante aparición de nuestros tiempos, Nuestra Señora se presentó ella misma a tres niños pastores y dijo “Yo soy la Virgen del Rosario“.  No fue sin motivo que ella eligió esas palabras. ¿Por qué ahora eligió ese título? De los ciento diecisiete títulos que Nuestra Señora ha asumido a través de la historia de la Iglesia, ¿Por qué ella misma ahora se presenta, en nuestra época moderna, como la Virgen del Rosario?

En pocas palabras, cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras ciudades, nuestras naciones, nuestra Iglesia y de hecho todo el mundo necesita del Rosario ahora más que en cualquier otro momento de la historia. El Rosario no es sólo una devoción que podamos tomar o dejar. Sabemos esto a partir de las palabras de la misma Madre de Dios. Según las palabras de Sor Lucía (que puso por escrito): “las personas necesitan rezar el Rosario todos los días”.

Nuestra Señora lo repitió en todas las apariciones. En todas las apariciones de Nuestra Señora de Fátima en 1917 ella dijo muchas cosas. Pero, sobre todo, ella dijo: “todas las personas deben rezar el Rosario todos los días”.

Debemos rezar el Rosario todos los días

Si la Madre de Dios nos da una orden que viene del trono de Dios en el cielo, no somos libres de rechazarla. Se vuelve esencial en ese momento. Y Nuestra Señora ha indicado claramente que debemos rezar el Rosario todos los días. Esto es una orden. Esto no es algo periférico. Esto no es algo que podemos tomar o dejar.

No es tampoco una necesidad casual. No es cuestión de decir: bueno, ya vamos al Cielo, pero que si rezamos el Rosario obtendremos un poco más de gracia y eso nos ayudará con algo. No. No tenemos sólo una necesidad casual de Nuestra Señora del Rosario, por el contrario tenemos una necesidad urgente y desesperada. Ella se nos apareció simplemente para decirnos esto. Y darnos a su hijo, esperanza en estos últimos tiempos.

Hoy en día el Rosario es aún más poderoso

Los Pastores de  Fátima
Santos Francisco y Jacinta y Sor Lucia
Ya conocemos el poder del Rosario, por medio de la historia - Lepanto y Austria - y la multitud de milagros a través de la historia de la Iglesia. Y ahora, en nuestros tiempos, ¿qué ha sucedido? Una vez más Sor Lucía dijo: “La Santísima Virgen, en estos últimos tiempos...” (interesante que Sor Lucía se refiere a los tiempos en que vivimos como ‘estos últimos tiempos’). - “La Santísima Virgen María, en estos últimos tiempos en que vivimos, ha dado una nueva eficacia al rezo del Santo Rosario...”

 “hasta tal punto que no hay problema ni cuestión, por más difícil que sea, temporal, o sobre todo, espiritual, en la vida personal de cada uno de nosotros, de nuestras familias, de las familias del mundo, o de las comunidades religiosas, o inclusive de la vida de los pueblos y de las naciones, que no puedan ser resueltas por el Rosario. No hay problema, les digo, ni cuestión por difícil que sea, que no pueda resolverse por medio de la oración del Santo Rosario”.

Mis queridos amigos, los que son realistas saben demasiado bien que salvar nuestras almas no es fácil. Tenemos el principio falso de que casi todo el mundo va al cielo. No es necesario hacer nada en particular, excepto un vago acto de fe en cierto momento de la vida. Pero nosotros sí sabemos, somos concientes de que la salvación es difícil. El camino es estrecho.

Tenemos una gran necesidad

Incluso en 1917, los niños tuvieron una visión del infierno en la que las almas caían en él como copos de nieve en una tormenta de nieve. Y pensábamos entonces, 1917, que las cosas estaban bastante bien en aquellos tiempos. ¿A dónde hemos llegado desde 1917? Si entonces había una tormenta de nieve cayendo en el infierno, ¿qué sería ahora? Algo muchas veces peor, se lo prometo. ¿Cómo pueden decir algunos que desean salvar su alma y al mismo tiempo se rehúsan a rezar el Rosario fielmente? Esto no tiene ningún sentido. Les diría que se contradicen los que dicen que quieren ir al cielo y no rezan el Rosario, especialmente después de que Nuestra Señora nos ha dicho que tenemos que rezar el Rosario.

Hay esperanza para nosotros y esta esperanza es el Corazón Inmaculado de Nuestra Señora. Y la clave hacia su Corazón es su Santo Rosario. El mensaje del Rosario es un mensaje de esperanza. Nuestra Señora no muestra a los niños la visión del infierno para desalentarlos. Lo hizo para incentivarlos en el camino de la verdad y de la virtud. Para confirmarlos en la vía recta.


Mis queridos amigos, tenemos que comprometernos al rezo del Rosario. Sin importar como haya sido la jornada. Hay días en que no podemos rezar los quince misterios; simplemente hay días así. Pero nunca dejemos pasar un día en el que no encontremos unos pocos minutos para obtener las gracias de Nuestra Señora y de Nuestro Señor rezando al menos cinco misterios. Si este discurso sólo produce un fruto, debería ser una renovada devoción en el poder del Rosario y en su indispensabilidad como un medio de la gracia en nuestros tiempos modernos.

Emilia, “La canastera”, mártir del Rosario, sube a los altares de Almería


Este 25 de marzo, Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las causas de los Santos, beatifica a 115 mártires de la diócesis española de Almería entre los que se encuentra la primera calé que será beatificada: Emilia “La Canastera”. La de Emilia Fernández Rodríguez (1914-1938) es una de las historias trágicas propias, por desgracia, de esa época de horror y fratricidio sin sentido de la historia de España: la de la guerra civil (1936-1939).
Nacida en el seno de una familia gitana de la pequeña localidad almeriense de Tíjola, Emilia fue una chica totalmente normal, de su tiempo, aunque todos los que la conocieron y han podido prestar su testimonio sobre la mártir afirman que era especialmente buena y entregada a los demás, “muy buena, humilde y religiosa” contó su compañera de celda en la cárcel republicana de Gachas Colorás.
Así, antes de ser encarcelada, Emilia ayudaba a su familia mediante la confección y venta de cestos de mimbre, por lo que en el famoso mercado de la localidad se la conocía como “La canastera”. Poco más se podría decir de esta chica gitana, humilde y trabajadora. Excepto que, como tantas otras, topó con las milicias republicanas.
Las milicias, que decían servir a la II República española, llevaban a cabo verdaderas barbaridades en nombre del Gobierno, quien no sabía (o no quería saber) las tropelías que estos grupos de civiles armados cometían sobre civiles indefensos.
En cualquier caso, los milicianos llegaron para reclamar “voluntarios” (obligatorios) entre los gitanos de Tíjola, quienes no tenían ninguna intención de perder su vida por una causa en la que no creían, y por un gobierno que los había marginado secularmente.
Por ello, Emilia y su marido, Juan, idearon un plan para evitar dicho reclutamiento forzoso. Por desgracia el hecho fue descubierto, y el matrimonio fue juzgado sumariamente y recluido por separado, en una cárcel para hombres a Juan y en una para mujeres a Emilia.
La condición de embarazada de Emilia no hizo sino agravar el trato recibido por las carceleras, lo que enterneció a las reclusas, que terminaron volcándose con Emilia, llegando a pasarle secretamente sus raciones de comida.
Durante su estancia en la cárcel, Emilia comenzó su amistad con otra reclusa, católica y de su misma edad, Dolores. En su amistad con Lola, Emilia le pide que le enseñe a rezar, instruyéndola en el rezo del rosario. Emilia aprende el Padrenuestro, el Avemaría y el Gloria… Y lo reza constantemente.
La directora de la prisión se entera del hecho, y decide chantajear a Emilia para que delate a quién le enseñó el rezo mariano. La lealtad, fidelidad y generosidad de Emilia hacia Dolores del Olmo la lleva a ser encerrada en una celda de aislamiento, donde las condiciones eran, si cabe, aún peores. Es en esta celda de aislamiento, fría y alejada de toda higiene, donde Emilia da a luz a su hija, Ángeles, quien será bautizada a escondidas y bajo peligro de un castigo aún mayor.
Tras el parto, las condiciones físicas de Emilia son lamentables, y es trasladada de urgencia al hospital, pero sorprendentemente, en lugar de ser tratada, es devuelta a la cárcel, donde la dejaron morir de las hemorragias causadas por un parto sin atención médica alguna.
Nada más se supo de Emilia, ni de su recién nacida Ángeles. Lo más probable es que el cuerpo inerte de la madre fuera arrojado a una de las muchas fosas comunes de la zona, mientras que la hija fuera, en el mejor de los casos, dada en adopción.
La historia de Emilia “La Canastera” es una de las 115 que este 25 de marzo serán recordadas en la beatificación de los mártires de Almería, pero es el mejor ejemplo en el que “la Iglesia no considera mártir sólo a aquel que fue asesinado por vivir su fe, sino a quien, como Emilia, fue castigada dejándola morir”, subrayaba José Juan Alarcón, delegado episcopal para las Causas de los Santos de la diócesis almeriense.

Marialis Cultos - Pablo VI

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA MARIALIS CULTUS 
DE SU SANTIDAD PABLO VI 
PARA LA RECTA ORDENACIÓN 
Y DESARROLLO DEL CULTO 
A LA 
SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



Pablo VI - Marialis Cultus - Parte V Conclusiones.

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

MARIALIS CULTUS

PARA LA RECTA ORDENACIÓN
Y DESARROLLO DEL CULTO A LA
SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

CONCLUSIÓN

VALOR TEOLÓGICO Y PASTORAL
DEL CULTO A LA VIRGEN





56.     Venerables Hermanos: al terminar nuestra Exhortación Apostólica deseamos subrayar en síntesis el valor teológico del culto a la Virgen y recordar su eficacia pastoral para la renovación de las costumbres cristianas.
     La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar -desde la bendición de Isabel (cf. Lc. 1, 42-45) hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de su «lex orandi» y una invitación a reavivar en las conciencias su «lex credendi». Viceversa: la «lex credendi» de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su «lex orandi» en relación con la Madre de Cristo. Culto a la Virgen de raíces profundas en la Palabra revelada y de sólidos fundamentos dogmáticos: la singular dignidad de María «Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal don de gracia especial aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y terrestres» (119), su cooperación en momentos decisivos de la obra de la salvación llevada a cabo por el Hijo; su santidad, ya plena en el momento de la Concepción Inmaculada y no obstante creciente a medida que se adhería a la voluntad del Padre y recorría la vía de sufrimiento (cf. Lc 2, 34-35; 2, 41-52; Jn 19, 25-27), progresando constantemente en la fe, en la esperanza y en la caridad; su misión y condición única en el Pueblo de Dios, del que es al mismo tiempo miembro eminentísimo, ejemplar acabadísimo y Madre amantísima; su incesante y eficaz intercesión mediante la cual, aún habiendo sido asunta al cielo, sigue cercanísima a los fieles que la suplican, aún a aquellos que ignoran que son hijos suyos; su gloria que ennoblece a todo el género humano, como lo expreso maravillosamente el poeta Dante: «Tú eres aquella que ennobleció tanto la naturaleza humana que su hacedor no desdeño convertirse en hechura tuya» (120); en efecto, María es de nuestra estirpe, verdadera hija de Eva, (aunque ajena a la mancha de la Madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo, como mujer humilde y pobre, nuestra condición). 
     Añadiremos que el culto a la bienaventurada Virgen María tiene su razón última en el designio insondable y libre de Dios, el cual siendo caridad eterna y divina (cf. 1Jn 4, 7-8.16), lleva a cabo todo según un designio de amor: la amó y obró en ella maravillas (cf. Lc 1, 49); la amó por sí mismo, la amó por nosotros; se la dio a sí mismo y la dio a nosotros.


57.     Cristo es el único camino al Padre (cf. Jn 14, 4-11). Cristo es el modelo supremo al que el discípulo debe conformar la propia conducta (cf. Jn 13, 15), hasta lograr tener sus mismos sentimientos (cf. Fil 2,5), vivir de su vida y poseer su Espíritu (cf. Gál 2, 20; Rom 8, 10-11); esto es lo que la Iglesia ha enseñado en todo tiempo y nada en la acción pastoral debe oscurecer esta doctrina. Pero la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también la piedad a la Santísima Virgen, de modo subordinado a la piedad hacia el Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana. La razón de dicha eficacia se intuye fácilmente. En efecto, la múltiple misión de María hacia el Pueblo de Dios es una realidad sobrenatural operante y fecunda en el organismo eclesial. Y alegra el considerar los singulares aspectos de dicha misión y ver cómo ellos se orientan, cada uno con su eficacia propia, hacia el mismo fin: reproducir en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito. Queremos decir que la maternal intercesión de la Virgen, su santidad ejemplar y la gracia divina que hay en Ella, se convierten para el género humano en motivo de esperanza.
     La misión maternal de la Virgen empuja al Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora; (121) por eso el Pueblo de Dios la invoca como Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado; porque Ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a esto: a vencer con enérgica determinación el pecado. (122) Y, hay que afirmarlo nuevamente, dicha liberación del pecado es la condición necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas.
     La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar «los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». (123) Virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 26-38; 1, 45; 11, 27-28; Jn 2, 5); la obediencia generosa (cf. Lc 1, 38); la humildad sencilla (cf. Lc 1, 48); la caridad solícita (cf. Lc 1, 39-56); la sabiduría reflexiva (cf. Lc 1, 29.34; 2, 19. 33. 51); la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos (cf. Lc 2, 21.22-40.41), agradecida por los bienes recibidos (Lc 1, 46-49), que ofrecen en el templo (Lc 2, 22-24), que ora en la comunidad apostólica (cf. Act 1, 12-14); la fortaleza en el destierro (cf. Mt 2, 13-23), en el dolor (cf. Lc 2, 34-35.49; Jn 19, 25); la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor (cf. Lc 1, 48; 2, 24); el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz (cf. Lc 2, 1-7; Jn 19, 25-27); la delicadeza provisoria (cf. Jn 2, 1-11); la pureza virginal (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38); el fuerte y casto amor esponsal. De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos, que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen.
     La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la «Llena de gracia» (Lc 1, 28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en El, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf. Rom 2, 29; Col 1, 18). La Iglesia católica, basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda para el hombre hacia la conquista de su plenitud. Ella, la Mujer nueva, está junto a Cristo, el Hombre nuevo, en cuyo misterio solamente encuentra verdadera luz el misterio del hombre, (124) como prenda y garantía de que en una simple criatura -es decir, en Ella- se ha realizado ya el proyecto de Dios en Cristo para la salvación de todo hombre. Al hombre contemporáneo, frecuentemente atormentado entre la angustia y la esperanza, postrado por la sensación de su limitación y asaltado por aspiraciones sin confín, turbado en el ánimo y dividido en el corazón, la mente suspendida por el enigma de la muerte, oprimido por la soledad mientras tiende hacia la comunión, presa de sentimientos de náusea y hastío, la Virgen, contemplada en su vicisitud evangélica y en la realidad ya conseguida en la Ciudad de Dios, ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte.
     Sean el sello de nuestra Exhortación y una ulterior prueba del valor pastoral de la devoción a la Virgen para conducir los hombres a Cristo las palabras mismas que Ella dirigió a los siervos de las bodas de Caná: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5); palabras que en apariencia se limitan al deseo de poner remedio a la incómoda situación de un banquete, pero que en las perspectivas del cuarto Evangelio son una voz que aparece como una resonancia de la fórmula usada por el Pueblo de Israel para ratificar la Alianza del Sinaí (cf. Ex 19, 8; 24, 3.7; Dt 5, 27) o para renovar los compromisos (cf. Jos 24, 24; Esd 10, 12; Neh 5, 12) y son una voz que concuerda con la del Padre en la teofanía del Tabor: «Escuchadle» (Mt 17, 5).

58.     Hemos tratado extensamente, venerables Hermanos, de un culto integrante del culto cristiano: la veneración a la Madre del Señor. Lo pedía la naturaleza de la materia, objeto de estudio, de revisión y también de cierta perplejidad en estos últimos años. Nos conforta pensar que el trabajo realizado, para poner en práctica las normas del Concilio, por parte de esta Sede Apostólica y por vosotros mismos -la instauración litúrgica, sobre todo- será una válida premisa para un culto a Dios Padre, Hijo y Espíritu, cada vez más vivo y adorador y para el crecimiento de la vida cristiana de los fieles; es para Nos motivo de confianza el constatar que la renovada Liturgia romana constituye -aun en su conjunto- un fúlgido testimonio de la piedad de la Iglesia hacia la Virgen; Nos sostiene la esperanza de que serán sinceramente aceptadas las directivas para hacer dicha piedad cada vez más transparente y vigorosa; Nos alegra finalmente la oportunidad que el Señor nos ha concedido de ofrecer algunos principios de reflexión para una renovada estima por la práctica del santo Rosario. Consuelo, confianza, esperanza, alegría que, uniendo nuestra voz a la de la Virgen -como suplica la Liturgia romana -, (125) deseamos traducir en ferviente alabanza y reconocimiento al Señor. 
     Mientras deseamos, pues, hermanos carísimos, que gracias a vuestro empeño generoso se produzca en el clero y pueblo confiado a vuestros cuidados un incremento saludable en la devoción mariana, con indudable provecho para la Iglesia y la sociedad humana, impartimos de corazón a vosotros y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral una especial Bendición Apostólica.

     Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 2 de febrero, Fiesta de la Presentación del Señor, del año 1974, undécimo de Nuestro Pontificado.
PAULUS P. P. VI
  

NOTAS


119.Conc. Vat. II, Const. Dogm. Sobre la Iglesia, Lumen Gentium, n. 53: AAS 57 (1965), pp. 58-59. 
120.La Divina Comedia, Paradiso XXXIII, 4-6. 
121.Cf. Conc. Vat. II, Const. Dogm. Sobre la Iglesia, Lumen Gentium, nn. 60-63; AAS 57 (1965), pp. 62-64. 
122.Cf. Ibid., n. 65: AAS 57 (1965), pp. 64-65. 
123.Ibid., n. 65: AAS 57 (1965), p. 64. 
124.Cf. Conc. Vat. II, Const. Past. Sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium el spes, n. 22: AAS 58 (1966), pp. 1042-1044. 
125.Cf. Missale Romanum, die 31 Maii, Collecta

Pablo VI - Marialis Cultus - Parte IV - El Ángelus y el Santo Rosario

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA

MARIALIS CULTUS

PARA LA RECTA ORDENACIÓN
Y DESARROLLO DEL CULTO A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Capítulo III

INDICACIONES SOBRE DOS EJERCICIOS DE PIEDAD: EL ANGELUS Y EL SANTO ROSARIO






40.     Hemos indicado algunos principios aptos para dar nuevo vigor al culto de la Madre del Señor; ahora es incumbencia de las Conferencias Episcopales, de los responsables de las comunidades locales, de las distintas familias religiosas restaurar sabiamente prácticas y ejercicios de veneración a la Santísima Virgen y secundar el impulso creador de cuantos con genuina inspiración religiosa o con sensibilidad pastoral desean dar vida a nuevas formas. Sin embargo, nos parece oportuno, aunque sea por motivos diversos, tratar de dos ejercicios muy difundidos en Occidente y de los que esta Sede Apostólica se ha ocupado en varias ocasiones: el «Angelus» y el Rosario.

EL ANGELUS

41.     Nuestra palabra sobre el «Angelus» quiere ser solamente una simple pero viva exhortación a mantener su rezo acostumbrado, donde y cuando sea posible. El «Angelus» no tiene necesidad de restauración: la estructura sencilla, el carácter bíblico, el origen histórico que lo enlaza con la invocación de la incolumidad en la paz, el ritmo casi litúrgico que santifica momentos diversos de la jornada, la apertura hacia el misterio pascual, por lo cual mientras conmemoramos la Encarnación del Hijo de Dios pedimos ser llevados «por su pasión y cruz a la gloria de la resurrección» (109), hace que a distancia de siglos conserve inalterado su valor e intacto su frescor. Es verdad que algunas costumbres tradicionalmente asociadas al rezo del Angelus han desaparecido y difícilmente pueden conservarse en la vida moderna, pero se trata de cosas marginales: quedan inmutados el valor de la contemplación del misterio de la Encarnación del Verbo, del saludo a la Virgen y del recurso a su misericordiosa intercesión: y, no obstante el cambio de las condiciones de los tiempos, permanecen invariados para la mayor parte de los hombres esos momentos característicos de la jornada mañana, mediodía, tarde que señalan los tiempos de su actividad y constituyen una invitación a hacer un alto para orar.

EL ROSARIO

42.     Deseamos ahora, queridos hermanos, detenernos un poco sobre la renovación del piadoso ejercicio que ha sido llamado «compendio de todo el Evangelio»(110): el Rosario. A él han dedicado nuestros Predecesores vigilante atención y premurosa solicitud: han recomendado muchas veces su rezo frecuente, favorecido su difusión, ilustrado su naturaleza, reconocido la aptitud para desarrollar una oración contemplativa, de alabanza y de súplica al mismo tiempo, recordando su connatural eficacia para promover la vida cristiana y el empeño apostólico. También Nos, desde la primera audiencia general de nuestro pontificado, el día 13 de Julio de 1963, hemos manifestado nuestro interés por la piadosa práctica del Rosario (111), y posteriormente hemos subrayado su valor en múltiples circunstancias, ordinarias unas, graves otras, como cuando en un momento de angustia y de inseguridad publicamos la Carta Encíclica Christi Matri ( 15 septiembre 1966), para que se elevasen oraciones a la bienaventurada Virgen del Rosario para implorar de Dios el bien sumo de la paz (112); llamada que hemos renovado en nuestra Exhortación Apostólica Recurrens mensis october (7 de octubre 1969), en la cual conmemorábamos además el cuarto centenario de la Carta Apostólica Consueverunt Romani Pontifices de nuestro Predecesor San Pío V, que ilustró en ella y en cierto modo definió la forma tradicional del Rosario(113).

43.     Nuestro asiduo interés por el Rosario nos ha movido a seguir con atención los numerosos congresos dedicados en estos últimos años a la pastoral del Rosario en el mundo contemporáneo: congresos promovidos por asociaciones y por hombres que sienten entrañablemente tal devoción y en los que han tomado parte obispos, presbíteros, religiosos y seglares de probada experiencia y de acreditado sentido eclesial. Entre ellos es justo recordar a los Hijos de Santo Domingo, por tradición custodios y propagadores de tan saludable devoción. A los trabajos de los congresos se han unido las investigaciones de los historiadores, llevadas a cabo no para definir con intenciones casi arqueológicas la forma primitiva del Rosario, sino para captar su intuición originaria, su energía primera, su estructura esencial. De tales congresos e investigaciones han aparecido más nítidamente las características primarias del Rosario, sus elementos esenciales y su mutua relación.

44.     Así, por ejemplo, se ha puesto en más clara luz la índole evangélica del Rosario, en cuanto saca del Evangelio el enunciado de los misterios y las fórmulas principales; se inspira en el Evangelio para sugerir, partiendo del gozoso saludo del Ángel y del religioso consentimiento de la Virgen, la actitud con que debe recitarlo el fiel; y continúa proponiendo, en la sucesión armoniosa de las Ave Marías, un misterio fundamental del Evangelio -la Encarnación del Verbo- en el momento decisivo de la Anunciación hecha a María. Oración evangélica por tanto el Rosario, como hoy día, quizá más que en el pasado, gustan definirlo los pastores y los estudiosos.

45.     Se ha percibido también más fácilmente cómo el ordenado y gradual desarrollo del Rosario refleja el modo mismo en que el Verbo de Dios, insiriéndose con determinación misericordiosa en las vicisitudes humanas, ha realizado la redención: en ella, en efecto, el Rosario considera en armónica sucesión los principales acontecimientos salvíficos que se han cumplido en Cristo: desde la concepción virginal y los misterios de la infancia hasta los momentos culminantes de la Pascua -la pasión y la gloriosa resurrección- y a los efectos de ella sobre la Iglesia naciente en el día de Pentecostés y sobre la Virgen en el día en que, terminando el exilio terreno, fue asunta en cuerpo y alma a la patria celestial. Y se ha observado también cómo la triple división de los misterios del Rosario no sólo se adapta estrictamente al orden cronológico de los hechos, sino que sobre todo refleja el esquema del primitivo anuncio de la fe y propone nuevamente el misterio de Cristo de la misma manera que fue visto por San Pablo en el celeste «himno» de la Carta a los Filipenses: humillación, muerte, exaltación (2,6-11).

46.     Oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profundamente cristológica. En efecto, su elemento más característico -la repetición litánica en alabanza constante a Cristo, término último de la anunciación del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: «Bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42). Diremos más: la repetición del Ave María constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación de los misterios; el Jesús que toda Ave María recuerda, es el mismo que la sucesión de los misterios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen, nacido en una gruta de Belén; presentado por la Madre en el Templo; joven lleno de celo por las cosas de su Padre; Redentor agonizante en el huerto; flagelado y coronado de espinas; cargado con la cruz y agonizante en el calvario; resucitado de la muerte y ascendido a la gloria del Padre para derramar el don del Espíritu Santo. Es sabido que, precisamente para favorecer la contemplación y «que la mente corresponda a la voz», se solía en otros tiempos -y la costumbre se ha conservado en varias regiones- añadir al nombre de Jesús, en cada Ave María, una cláusula que recordase el misterio anunciado.

47.     Se ha sentido también con mayor urgencia la necesidad de recalcar, al mismo tiempo que el valor del elemento laudatorio y deprecatorio, la importancia de otro elemento esencial al Rosario: la contemplación. Sin ésta el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: «cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud se su locuacidad» (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza.

48.     De la contemporánea reflexión han sido entendidas en fin con mayor precisión las relaciones existentes entre la Liturgia y el Rosario. Por una parte se ha subrayado cómo el Rosario en casi un vástago germinado sobre el tronco secular de la Liturgia cristiana, «El salterio de la Virgen», mediante el cual los humildes quedan asociados al «cántico de alabanza» y a la intercesión universal de la Iglesia; por otra parte, se ha observado que esto ha acaecido en una época -al declinar de la Edad Media- en que el espíritu litúrgico está en decadencia y se realiza un cierto distanciamiento de los fieles de la Liturgia, en favor de una devoción sensible a la humanidad de Cristo y a la bienaventurada Virgen María. Si en tiempos no lejanos pudo surgir en el animo de algunos el deseo de ver incluido el Rosario entre las expresiones litúrgicas, y en otros, debido a la preocupación de evitar errores pastorales del pasado, una injustificada desatención hacia el mismo, hoy día el problema tiene fácil solución a la luz de los principios de la Constitución Sacrosanctum Concilium; celebraciones litúrgicas y piadoso ejercicio del Rosario no se deben ni contraponer ni equiparar (114). Toda expresión de oración resulta tanto más fecunda, cuanto más conserva su verdadera naturaleza y la fisonomía que le es propia. Confirmado, pues, el valor preeminente de las acciones litúrgicas, no será difícil reconocer que el Rosario es un piadoso ejercicio que se armoniza fácilmente con la Sagrada Liturgia. En efecto, como la Liturgia tiene una índole comunitaria, se nutre de la Sagrada Escritura y gravita en torno al misterio de Cristo. Aunque sea en planos de realidad esencialmente diversos, anamnesis en la Liturgia y memoria contemplativa en el Rosario, tienen por objeto los mismos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo. La primera hace presentes bajo el velo de los signos y operantes de modo misterioso los «misterios más grandes de nuestra redención»; la segunda, con el piadoso afecto de la contemplación, vuelve a evocar los mismos misterios en la mente de quien ora y estimula su voluntad a sacar de ellos normas de vida.
     Establecida esta diferencia sustancial, no hay quien no vea que el Rosario es un piadoso ejercicio inspirado en la Liturgia y que, si es practicado según la inspiración originaria, conduce naturalmente a ella, sin traspasar su umbral. En efecto, la meditación de los misterios del Rosario, haciendo familiar a la mente y al corazón de los fieles los misterios de Cristo, puede constituir una óptima preparación a la celebración de los mismos en la acción litúrgica y convertirse después en eco prolongado. Sin embargo, es un error, que perdura todavía por desgracia en algunas partes, recitar el Rosario durante la acción litúrgica.

49.     El Rosario, según la tradición admitida por nuestros Predecesor S. Pío V y por él propuesta autorizadamente, consta de varios elementos orgánicamente dispuestos:
     a) la contemplación, en comunión con María, de una serie de misterios de la salvación, sabiamente distribuidos en tres ciclos que expresan el gozo de los tiempos mesiánicos, el dolor salvífico de Cristo, la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia; contemplación que, por su naturaleza, lleva a la reflexión práctica y a estimulante norma de vida;
     b) la oración dominical o Padrenuestro, que por su inmenso valor es fundamental en la plegaria cristiana y la ennoblece en sus diversas expresiones; 
     c) la sucesión litánica del Avemaría, que está compuesta por el saludo del Ángel a la Virgen (Cf. Lc 1,28) y la alabanza obsequiosa del santa Isabel (Cf. Lc1,42), a la cual sigue la súplica eclesial Santa María. La serie continuada de las Avemarías es una característica peculiar del Rosario y su número, en le forma típica y plenaria de ciento cincuenta, presenta cierta analogía con el Salterio y es un dato que se remonta a los orígenes mismos de este piadoso ejercicio. Pero tal número, según una comprobada costumbre, se distribuye -dividido en decenas para cada misterio- en los tres ciclos de los que hablamos antes, dando lugar a la conocida forma del Rosario compuesto por cincuenta Avemarías, que se ha convertido en la medida habitual de la práctica del mismo y que ha sido así adoptado por la piedad popular y aprobado por la Autoridad pontificia, que lo enriqueció también con numerosas indulgencias; 
     d) la doxología Gloria al Padre que, en conformidad con una orientación común de la piedad cristiana, termina la oración con la glorificación de Dios, uno y trino, «de quien, por quien y en quien subsiste todo» (Cf. Rom 11,36).

50.     Estos son los elementos del santo Rosario. Cada uno de ellos tiene su índole propia que bien comprendida y valorada, debe reflejarse en el rezo, para que el Rosario exprese toda su riqueza y variedad. Será, pues, ponderado en la oración dominical; lírico y laudatorio en el calmo pasar de las Avemarías; contemplativo en la atenta reflexión sobre los misterios; implorante en la súplica; adorante en la doxología. Y esto, en cada uno de los modos en que se suele rezar el Rosario: o privadamente, recogiéndose el que ora en la intimidad con su Señor; o comunitariamente, en familia o entre los fieles reunidos en grupo para crear las condiciones de una particular presencia del Señor (cf. Mt 18, 20); o públicamente, en asambleas convocadas para la comunidad eclesial.

51.     En tiempo reciente se han creado algunos ejercicios piadosos, inspirados en el Santo Rosario. Queremos indicar y recomendar entre ellos los que incluyen en el tradicional esquema de las celebraciones de la Palabra de Dios algunos elementos del Rosario a la bienaventurada Virgen María, como por ejemplo, la meditación de los misterios y la repetición litánica del saludo del Ángel. Tales elementos adquieren así mayor relieve al encuadrarlos en la lectura de textos bíblicos, ilustrados mediante la homilía, acompañados por pausas de silencio y subrayados con el canto. Nos alegra saber que tales ejercicios han contribuido a hacer comprender mejor las riquezas espirituales del mismo Rosario y a revalorar su práctica en ciertas ocasiones y movimientos juveniles.

52.     Y ahora, en continuidad de intención con nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del Santo Rosario en familia. El Concilio Vaticano II a puesto en claro cómo la familia, célula primera y vital de la sociedad «por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia» (115). La familia cristiana, por tanto, se presenta como una Iglesia doméstica (116) cuando sus miembros, cada uno dentro de su propio ámbito e incumbencia, promueven juntos la justicia, practican las obras de misericordia, se dedican al servicio de los hermanos, toman parte en el apostolado de la comunidad local y se unen en su culto litúrgico (117); y más aún, se elevan en común plegarias suplicantes a Dios; por que si fallase este elemento, faltaría el carácter mismo de familia como Iglesia doméstica. Por eso debe esforzarse para instaurar en la vida familiar la oración en común. 

53.     De acuerdo con las directrices conciliares, la Liturgia de las Horas incluye justamente el núcleo familiar entre los grupos a que se adapta mejor la celebración en común del Oficio divino: «conviene finalmente que la familia, en cuanto sagrario doméstico de la Iglesia, no sólo eleve preces comunes a Dios, sino también recite oportunamente algunas partes de la Liturgia de las Horas, con el fin de unirse más estrechamente a la Iglesia» (118). No debe quedar sin intentar nada para que esta clara indicación halle en las familias cristianas una creciente y gozosa aplicación. 

54.     Después de la celebración de la Liturgia de las Horas -cumbre a la que puede llegar la oración doméstica-, no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida. Sabemos muy bien que las nuevas condiciones de vida de los hombres no favorecen hoy momentos de reunión familiar y que, incluso cuando eso tiene lugar, no pocas circunstancias hacen difícil convertir el encuentro de familia en ocasión para orar. Difícil, sin duda. Pero es también una característica del obrar cristiano no rendirse a los condicionamientos ambientales, sino superarlo; no sucumbir ante ellos, sino hacerles frente. Por eso las familias que quieren vivir plenamente la vocación y la espiritualidad propia de la familia cristiana, deben desplegar toda clase de energías para marginar las fuerzas que obstaculizan el encuentro familiar y la oración en común.

55.     Concluyendo estas observaciones, testimonio de la solicitud y de la estima de esta Sede Apostólica por el Rosario de la Santísima Virgen María, queremos sin embargo recomendar que, al difundir esta devoción tan saludable, no sean alteradas sus proporciones ni sea presentada con exclusivismo inoportuno: el Rosario es una oración excelente, pero el fiel debe sentirse libre, atraído a rezarlo, en serena tranquilidad, por la intrínseca belleza del mismo.


NOTAS


109Missale Romanum, Dominica IV Adventus, Collecta. Análogamente la Collecta del 25 de marzo, que en el rezo del Angelus puede sustituir a la precedente. 
110. Pius XII, Epistula Philippinas Insulas ad Archiepiscopum Manilensem: AAS 38 (1946), p. 419. 
111. Cf. Discurso a los participantes al II Congreso Internacional Dominicano del Rosario; Insegnamenti di Paolo VI, (1963), pp.463-464. 
112. Cf. AAS 58 (1966), pp. 745-749. 
113. Cf. AAS 61 (1969), pp. 649-654. 
114. Cf. n. 13; AAS 56 (1964), p. 103. 
115. Decr. sobre el apostolado de los seglares. Apostolicam actuositatem, n. 11; AAS 58 (1966), p. 848. 
116. Conc. Vat. II, Const. Dogm. sobre la Iglesia, Lumen gentium, n.11; AAS 57 (1965), p.16.
117. Cf. Conc. Vat. II, Decr. sobre el apostolado de los seglares, Apostolicam actuositatem, n.11; AAS 58 (1966), p. 848. 
118. N. 27.